Esta
semana se cumple un año del ataque armado contra los normalistas de Ayotzinapa
y la desaparición forzada de 43 de ellos. Un año que ha revolucionado
percepciones dentro y fuera del país acerca del desempeño gubernamental y su
cercanía con la corrupción y el crimen organizado.
Un
año que vio una embestida en contra del griterío que lanzaba un estruendoso “Ya
basta”, un ataque escenificado en las calles por granaderos contra
manifestantes y en las redes sociales por regimientos de bots bloqueando los célebres
hashtags: #YaMeCanse, #TodosSomosAyotzinapa, #FueElEstado, #FueElEjercito,
#AccionGlobalPorAyotzinapa, #VivosLosQueremos, #EPNnotWelcome y un largo
etcétera.
La
agitación social de este año demostró la relatividad del planteamiento del
sociólogo Scott Lash, al afirmar que en la actual sociedad de la información el
tiempo y el espacio están comprimidos y descontextualizados; que los medios de
comunicación han copado el tiempo que antes era de reflexión como forma de
pensamiento; que el análisis crítico es difícil en el imperio de lo efímero,
inmediato y superficial de la información; que lo trascendente se disipa; que
las pretensiones universalistas del conocimiento discursivo ya no tienen
cabida.
Todo
eso es cierto, pero no como ley universal. Ya en los últimos años habían
proliferado medios online de carácter crítico, analítico, que promueven la
reflexión, que oponen resistencia al imperio de lo efímero y la
superficialidad.
Como
estos medios, una porción relevante de los usuarios de las redes sociales ha
opuesto resistencia a caer en lo banal y frívolo, y construye amplias avenidas
de crítica política y social, de protesta, de exigencia colectiva, de
solidaridad.
El
caso de Ayotzinapa fue un parteaguas y por varios meses radicalizó medios y
redes, aglutinó a personas de muy diversas capacidades económicas, formaciones
académicas, oficios e intereses. Los congregó la indignación de un caso
arquetípico en que confluyeron la violencia, la corrupción y la impunidad a
todos los niveles de gobierno, articulados con el crimen organizado. Ayotzinapa
fue la gota que derramó el vaso.
Las
redes sociales estallaron de indignación. El cantante Alejandro Sanz escribió:
“#Ayotzinapa. Mi corazón está con ustedes. Siento un gran dolor y una gran
rabia”. Millones de personas compartían estos sentimientos y los expresaban sin
cortapisas.
Con
los meses, la presencia pública en calles y redes disminuyó por razones
naturales de agotamiento, no por conformismo o aceptación de la raquítica
“verdad histórica” del gobierno o por acatar la instrucción de “superarlo”. Eso
quedó de manifiesto el 5 de septiembre pasado con la presentación del “Informe
Ayotzinapa” elaborado por el Grupo Interdisciplinario de Expertos
Independientes (http://www.otroangulo.info/?p=1380). Rápidamente, el hashtag
#Ayotzinapa sumó más de 323 mil menciones en Twitter.
Los
resquicios que la sociedad mexicana ha abierto (para la información, la crítica
y la protesta) son lo más saludable que le ha ocurrido. Así vemos que medios
como Forbes hayan documentado:
“Cada
año, los alumnos y maestros de las Escuelas Normales Rurales salen de las aulas
para asegurar su supervivencia. Exigen a las Secretarías de Educación estatales
que se abra la convocatoria para el nuevo ingreso de alumnos, y una vez
conseguido este objetivo, el siguiente paso es pedir más recursos y material
didáctico para seguir dando clases”.
(http://www.forbes.com.mx/la-historia-no-contada-de-ayotzinapa-y-las-normales-rurales/)
Algunos
medios rompieron cercos informativos al publicar investigaciones como la de
Anabel Hernández y Steve Fisher que reveló desde diciembre de 2014, a partir de
registros oficiales, la participación de diversos cuerpos armados en el ataque
a los estudiantes de Ayotzinapa, incluidos policías federales y militares (http://www.proceso.com.mx/?p=390560).
El
anticipo de que era imposible la incineración de los estudiantes en el basurero
de Cocula fue documentado y ampliamente difundido desde diciembre de 2014
(http://www.sinembargo.mx/11-12-2014/1190680).
La
sociedad necesita mantener viva la esperanza de que tarde o temprano se sabrá
la verdad y habrá justicia. Por eso una de sus luchas es para mantener abiertos
los cauces para la información, la crítica y la protesta. Su futuro inmediato
depende de ello.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario